lunes, 31 de enero de 2011

Días de lluvia

La mano...
La mano con el hueso...
tendones sin movimiento.
La lluvia...
La lluvia con el cielo...
Llueve por dentro, desde la mano.

sábado, 22 de enero de 2011

La costra iluminada


Pitusa la ve aparecer.
Esa costra pequeñita que emana tanta luz.
Pitusa no la quiere ver, no la quiere tener.
Pero la costra brilla por sí misma, es bella, mística.
La costra acecha algo que Pitusa ama.
Al hacerlo, se despierta su parte más animal.
Inteligencia rudimentaria con afán de supervivencia.
Pitusa debe aprender a vivir con ella.
Transformarla, convertirla en mantra.

viernes, 21 de enero de 2011

Pitusa en construcción


Sus uñas resbalan, rasgan.
Las paredes de yeso no terminan.
Pitusa ya no tiene dedos.
Los huesos se convierten en callos, duros y dolorosos.
Pitusa  no se quiere aferrar.
Dentro hay una transformación.
Seda transparente que cubre su cuerpo.
Pitusa oruga.
Pitusa capullo.
Pitusa fruto.
Fruto con alas, desprendiéndose del árbol.

jueves, 13 de enero de 2011

Raúl y su vestido de tul



Su nombre era Raúl y siempre vestía de tul. No se sabía si era niño o niña. Él tenía  un pene, pero siempre veía  una vagina.
Hermético y misterioso constantemente  andaba contando chupa chups en los kioskos de la rambla. No tenía  amigos y su familia prefería  ignorar antes que enfrentar a una sociedad sumergida en la debilidad de los prejuicios.

A él esto le daba completamente igual, su mundo no tenía  nada que pedir, a él no le faltaba nada que pudiera desear. En su complejo universo existían las nubes con formas de galletas de animalitos que integraban el zoológico más grande que nadie hubiera podido imaginar. Lo formaban también un innumerable catálogo de sonidos llenos de singularidad y entonces Raúl formaba mundos y dentro de estos mundos melodías y dentro de estas melodías  historias y dentro de estas  historias animalitos con forma de galletas que habitaban en su vestido de tul.

miércoles, 12 de enero de 2011

La mirada fragmentada.


 Me levanté  por la mañana  tallándome los ojos y  rascando mis lagañas como en un movimiento automático inundado de hábitos. Estiré mis piernas y brazos con un alivio muscular que me provocó un calambre en la pantorrilla derecha, joder.
Me dirigí a la ducha, rápidamente me lavé. Como siempre un poco tarde, con el tiempo como una culpa. Al final un chorrito de agua fría  me devolvió.
“Hoy será un buen día ” mi anestésico de cada día,  auto recetado.
Caminé hacía  el trabajo escuchando una canción de “ The New Raemon”, y esto no tiene puta gracia cantaba.
Al llegar, sumergida en pensamientos, comencé  como de costumbre…platos, comandas, bebidas… “disculpe me puede traer…” “quisiera un…” “me puede traer la cuenta”.
Las palabras se esfumaban como ecos sin punto de resonancia,  y  de repente algo clavó mi vista justo ahí.  Un enorme ojo con pies y manos parecía  observarlo todo a su alrededor. Rojo y brilloso, caminó hacia mi con un séquito de pequeños ojos con patitas que saltaban de una mesa a otra. Absolutamente nadie parecía  percatarse de su presencia. El mundo rodaba con normalidad mientras la gente seguía  actuando con formalidad.
Se detuvo  justo a unos pocos centímetros de mi,  mi nariz inhalaba y exhalaba y el delgado aire de mis poros nasales parecía  molestarle porque parpadeaba sin parar al compás de mi respiración.
Decidí guardar el secreto, como decía mi abuela: "la discreción se anticipa al peligro".
 
Terminé la jornada de trabajo exhausta, toda esa energía que te chupa la gente, todas esas sonrisas y escaleras que te dejan cansado y vacío.
El ojo me seguía,  él y su pequeño ejército. Me senté a descansar mis piernas, mi cabeza, una cerveza helada y un cigarro me permitieron por un momento olvidarme del lugar donde me encontraba.
Me despedí  rápidamente de todos, siempre había  planes después del trabajo y si no los inventábamos. Esta vez  no quería , no podía  convivir  ni socializar.
Y la duda que es la gran madre de todas las enseñanzas me hizo abrir la puerta y salir de aquel lugar donde creía  se quedaría  mi alucinación o lo que sea que fuera aquél gran observador.

Mis pasos sobre la acera y al unísono cada uno de sus ojitos escolta que se separaban de él eligiendo victimas nocturnas que caminaban como yo, hacía  algún lugar.
El mío se quedó conmigo, con “mi” nota musical con “me” siento fatal.
¡Basta! Le reclamé, pero él me miraba fijamente con su único y gran ojo cristalino.

Cuando me di cuenta, mis pies, mis rodillas y mi cuerpo flotaban en un mar inmenso y el agua no paraba de brotar de su enorme lagrimal.
Y vi  un  espejo en el cielo en el que mi reflejo se multiplicaba y me vi  en su mirada exhausta y cansada que me ahogaba. En un instante su parpadeo se volvió paulatino, 1,2, 1..2, 1…2…

Para cuando agotado, se cerró dejando caer una última gota, una mano me tomó sacándome de aquél océano y por fin pude observar desde el cielo mi reflejo que se multiplicaba en la superficie y me ví en mi propia mirada libre, mía…y  recordé el lugar de donde provenía,  “pertenecer” pensaba mientras mis ojos se fragmentaban en un pequeño ejército con patas.