Me levanté por la mañana tallándome los ojos y rascando mis lagañas como en un movimiento automático inundado de hábitos. Estiré mis piernas y brazos con un alivio muscular que me provocó un calambre en la pantorrilla derecha, joder.
Me dirigí a la ducha, rápidamente me lavé. Como siempre un poco tarde, con el tiempo como una culpa. Al final un chorrito de agua fría me devolvió.
“Hoy será un buen día ” mi anestésico de cada día, auto recetado.
Caminé hacía el trabajo escuchando una canción de “ The New Raemon”, y esto no tiene puta gracia cantaba.
Al llegar, sumergida en pensamientos, comencé como de costumbre…platos, comandas, bebidas… “disculpe me puede traer…” “quisiera un…” “me puede traer la cuenta”.
Las palabras se esfumaban como ecos sin punto de resonancia, y de repente algo clavó mi vista justo ahí. Un enorme ojo con pies y manos parecía observarlo todo a su alrededor. Rojo y brilloso, caminó hacia mi con un séquito de pequeños ojos con patitas que saltaban de una mesa a otra. Absolutamente nadie parecía percatarse de su presencia. El mundo rodaba con normalidad mientras la gente seguía actuando con formalidad.
Se detuvo justo a unos pocos centímetros de mi, mi nariz inhalaba y exhalaba y el delgado aire de mis poros nasales parecía molestarle porque parpadeaba sin parar al compás de mi respiración.
Decidí guardar el secreto, como decía mi abuela: "la discreción se anticipa al peligro".
Terminé la jornada de trabajo exhausta, toda esa energía que te chupa la gente, todas esas sonrisas y escaleras que te dejan cansado y vacío.
El ojo me seguía, él y su pequeño ejército. Me senté a descansar mis piernas, mi cabeza, una cerveza helada y un cigarro me permitieron por un momento olvidarme del lugar donde me encontraba.
Me despedí rápidamente de todos, siempre había planes después del trabajo y si no los inventábamos. Esta vez no quería , no podía convivir ni socializar.
Y la duda que es la gran madre de todas las enseñanzas me hizo abrir la puerta y salir de aquel lugar donde creía se quedaría mi alucinación o lo que sea que fuera aquél gran observador.
Mis pasos sobre la acera y al unísono cada uno de sus ojitos escolta que se separaban de él eligiendo victimas nocturnas que caminaban como yo, hacía algún lugar.
El mío se quedó conmigo, con “mi” nota musical con “me” siento fatal.
¡Basta! Le reclamé, pero él me miraba fijamente con su único y gran ojo cristalino.
Cuando me di cuenta, mis pies, mis rodillas y mi cuerpo flotaban en un mar inmenso y el agua no paraba de brotar de su enorme lagrimal.
Y vi un espejo en el cielo en el que mi reflejo se multiplicaba y me vi en su mirada exhausta y cansada que me ahogaba. En un instante su parpadeo se volvió paulatino, 1,2, 1..2, 1…2…
Para cuando agotado, se cerró dejando caer una última gota, una mano me tomó sacándome de aquél océano y por fin pude observar desde el cielo mi reflejo que se multiplicaba en la superficie y me ví en mi propia mirada libre, mía…y recordé el lugar de donde provenía, “pertenecer” pensaba mientras mis ojos se fragmentaban en un pequeño ejército con patas.
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