Sus delirios le desgarraron el alma y la piel dejando un grande e infinito hueco negro…tan negro que daba miedo verlo.
Deseaba con todas sus fuerzas poder hacerle ver la simpleza de la humildad.
Esa serenidad que él creía era utópica.
Ella imaginaba poner sus manos justo arriba de su ombligo y sacar aquellos demonios que lo atormentaban, colgarlos por los cuernos para después degollarlos dejando la sangre expandirse hasta secarse…hasta convertirse en tierra, tierra nueva y fértil.
Las lágrimas no cesaron.
Se le hincharon lo ojos convirtiéndose en sequía.
La herida estaba hecha desde los inicios, aumentada en los indicios.
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